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Por encima de leyes y prejuicios
Marcos Delgado, sma

El mal que el hombre encuentra a cada paso puede manifestarse de diversas maneras; la muerte es su expresión más radical, pero también las enfermedades, los fracasos, la esterilidad o la sequía son otras tantas muestras de la fragilidad de la vida y de los peligros que nos acechan. Con frecuencia se interpretan como un castigo de la divinidad o una amenaza por haber roto un tabú, cometido un sacrilegio o saltado una prohibición.



¿Quién ha pecado?

El dolor y las contrariedades son la fuerza de los dioses que intervienen según sus caprichos o con la intención de dar a conocer su poder y supremacía sobre los hombres. A ellos se les debe el respeto, la veneración y los sacrificios que les mantienen vivos y ufanos en sus privilegios. Ante esta situación sólo cabe una actitud sumisa o el arte del diálogo y la negociación en los que jugamos siempre con desventaja. Pero hay que arriesgarse con actitud humilde implorando benevolencia y una mente fría y decidida. No hay que dejarse impresionar y menos desanimarse, siempre hay una salida, una palabra por decir, un halago o una oferta seductora.

Pero ante el castigo o la amenaza no hay otra salida que el rechazo más firme del que lleva los signos de la maldición si no se quiere cargar con las consecuencias que pueden recaer sobre la familia, el clan o la sociedad.

Un niño epiléptico o la muerte de una mujer embarazada pueden ser la causa de todas las desgracias y para protegerse de ellas se sacrificará a uno y se enterrará a la otra sin ceremonial de ninguna clase y en un lugar apartado. Así se habrá conjurado todo maleficio y se habrá restablecido la armonia.

Los dioses han hablado, han dado a conocer su voluntad por medio de esa señal que será interpretada por el adivino, el experto de lo sagrado, que revelará al culpable y su culpa.

“Tus pecados son perdonados”

Marcos sostiene con una mano un plato de aluminio lleno de arroz y con la otra manipula un tenedor que hace el recorrido hasta su boca con lentitud. Marcos está distraído, con la mirada perdida mientras Dana y Sika intentan controlar el tenedor que se les escapa como un pez entre risotadas hasta que lo abandonan y se ponen a comer felices metiendo la mano en el plato como lo han hecho toda su vida.

Dana se escapó de un pueblo del Togo y apareció por el mercado de Copargo desaliñado y hambriento. Durante muchos días anduvo por sus alrededores ayudando a las vendedoras a transportar sus mercancías o barriendo sus calles a cambio de unos restos de comida o unas monedas hasta que le dieron fuertes convulsiones y tembladeras que espantaron a sus bienhechoras.

Sika parecía un cromo pintado de rojo. Se acercó un día al mercado cubierto de llagas infectadas; unos jóvenes que andaban por ahí tuvieron la luminosa idea de embadurnarlo de aceite de quemar porque según ellos era un desinfectante eficaz. Los dos cayeron por la misión o los condujo un alma caritativa. Marcos se ocupó enseguida de ellos: a Sika lo lavó y limpió con un cuidado maternal y a los dos los acogió como si fueran unos angelitos del cielo.

Te contaba el caso de los dos microencefálicos de la edad de Kao; nadie los tocaba porque estaban desnudos, sucios, parecían unos animalicos, y aun hoy gente medio cristiana me dice que están endemoniados. El hecho de verme reír con ellos debe cuestionarles, no sé. El epiléptico de Koabegou iba solo, nadie comía con él, la gente le daba de comer aparte, pero no en un plato, él tenía un bote de tomate y allí le depositaban los alimentos temiendo que fuese contagioso o tabú;, entonces llegaba yo con Dana y compraba buñuelos como comimos ayer y me sentaba con ellos. Comíamos juntos. La gente, como soy blanco y sacerdote puede que piense que estoy protegido y que no me puede pasar nada.

Hace ya un tiempo, ayudé a Diya, una muchacha minusválida, a poner una tiendecita y poco a poco fue surgiendo la idea de proporcionarles un medio de vida. Junté a seis o siete de los que sostenía regularmente y unos aprendieron a arreglar bicicletas, otros se ocupaban de unas cabras y cerdos, otros vendían jabón... organizábamos trabajos concretos y al fin de semana les daba 1.500 francos. Lo que pasa es que la gestión es un desastre. Hay unos que venden petróleo, entonces compramos por valor de 10.000 francos, pero luego sacamos 7.000. O bien les han engañado o ellos mismos se han gastado el dinero. Se me ocurrió montar una pequeña granja de patos, gallinas, corderos y cabras. Todos los días iban a buscar hierba, pero hoy sólo quedan las cabras, los demás se han muerto. En fin, son pequeñas cantidades que no suponen ninguna ruina; el objetivo no es ganar dinero sino que se sientan útiles.

El hecho de que se levanten todas las mañanas y digan: “Tengo que ir a hacer mi trabajo en la granja, en la tienda o vendiendo petróleo...” supone un progreso enorme.. Entre ellos se conocen muy bien, van juntos y se ayudan. El uno acoge al otro en su casa, le deja una cama para que duerma; hay un chavalin, el que cuida de los cabritos, que ha empezado a ir a la escuela de párvulos”.

“Yo me revuelvo. La vida es injusta, pero vienen de todas partes y son las familias más pobres las que tienen esos problemas que se añaden al del alcohol o la cárcel. Es un drama. A veces me canso y me indigno, pero, a pesar de todo continúo buscando soluciones con ellos animado por las ganas de vivir que demuestran y la esperanza que guardan siempre.

Un día estuve en Djougou a reparar el coche. Se me había pinchado, y como tardaban en arreglarlo, me fui de paseo y me encontré con un loco de remate, loco perdido que hablaba un poco de francés. Al cruzarse conmigo, me pidió dinero y nos pusimos a charlar, a gesticular y a reír. La gente se detenía y nos miraba pasmada. No daban crédito a lo que veían. Era una aberración. Éramos dos locos.”

Todo esto me recuerda el Evangelio cuando dice que a Jesús le traían enfermos de todos los sitios. Yo revivía un poco aquella situación, la diferencia estaba en que yo era incapaz de curarlos con sólo tocarlos; eso me dolía un poco. Lo importante es que alguien se ocupe de ellos por encima de leyes y prejuicios”.

Marcos Delgado, sma.